lunes, 1 de septiembre de 2008

Contando, expresando, escribiendo...



No recordaba haber escrito esto. Es un relato escrito como un ejercicio para una asignatura de la universidad. Un posible trauma infantil/adolescente a lo James Joyce (salvando las distancias -muy grandes- que pueda haber).

LA REALIDAD

Quería salir. Los deportes en el telediario me provocaban sueño y a mi padre, aunque no lo admitiera, también. Estaba dando cabezadas en su gran sofá. Sus enormes pies estaban apoyados en la mesita. Lo último que oí fue:

― ...es cierto...así es, ha sido una gran pérdida para el equipo...

Llegué hasta la entrada tanteando el suelo y apoyandome en la pared. Al abrir la puerta ―con trabajo― los rayos del sol me deslumbraron completamente; entrecerrando los ojos vislumbre los verdes y frondosos árboles al final de la calle. Grité :

― ¡Timmy!

Cogiendo la correa bajé las escaleras de dos en dos con Timmy ladrando a mi espalda. En seguida lo até y empecé a andar tranquilamente por la resplandeciente acera. La luz seguía dañándome los ojos. Ví a la vecina espiarnos a través de su hortera cortina de flores gigantes, mientras pasábamos por delante de su jardín. Sabía que odiaba a Timmy. Yo la odiaba a ella.

Timmy empezó a olisquear una farola. Llevaba conmigo cinco meses. Corríamos juntos siempre y yo reía.

Seguí caminando y Timmy empezó a ladrar de nuevo.

No podía alejarme mucho o me regañarían.

Por fin llegamos al parque. Levanté la vista y vi el monumento Wellington que nos indicaba que estábamos en el parque Phoenix. Había gente por todos lados. También niños jugando. A mi no me gustaban; yo tenía a Timmy.

Un gato pardo nos miraba fijamente al otro lado de la carretera.

Até a mi perro a un poste con su correa y empecé a correr y saltar. Aunque el sol brillaba, por la mañana había llovido bastante. Aspiré profundamente para captar todo el olor a hierba húmeda recién cortada. Timmy me miraba fijamente y empezó a ladrar lastimoso. Lo solté.

Pero no corrió detrás mía. El coche pasó a gran velocidad. Se escuchó un alarido. El coche frenó ligeramente y volvió a arrancar con rapidez. Timmy no se movía.

―¡Timmy!¡Timmy!

Me cogieron en brazos justo cuando iba a lanzarme a por él. Era nuestro vecino de enfrente. El Sr. Suan. Empecé a patalear todavía en sus brazos.

― Tranquilo, chico.

La gente empezó a murmurar más alto; no los oía bien ―solo frases entrecortadas― pero me estaban poniendo nervioso.

― pobre,...si, si...¿qué ha pasado? Al parecer...

Unos minutos más tarde llegó mi padre con paso tranquilo. Deshaciéndome del agarre corrí hacia él.

― Papá, Timmy no se mueve.

Mi padre se agachó trabajosamente hasta colocarse en cuclillas, para intentar ponerse a mi altura y dándome unas torpes palmaditas en la cabeza, me dijo sencillamente:

― Tu perro está muerto.

El olor a whisky de su aliento me hizo cerrar los ojos y no pude evitar arrugar la nariz con asco.

Sin saber muy bien el porqué, una lágrima rodó por mi mejilla.

― ¿Qué es muerto?

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